ASUMIR RIESGOS ACADÉMICOS: ¿DERECHO O PRIVILEGIO?

La importancia de desarrollar programas de empleabilidad flexibles para jóvenes provenientes de contextos socioeconómicos vulnerables.

Arianna Ranesi Murillo, Técnica ZING Becas, Área Empleabilidad

Las voces expertas en sociología de la educación coinciden al señalar que el origen socioeconómico de los jóvenes tiene un impacto sobre sus expectativas y aspiraciones de futuro, y en consecuencia, sobre la elección de su itinerario formativo.

En este artículo se quiere abordar la relación existente entre el origen social del joven y la capacidad —posibilidad— de asumir riesgos a la hora de tomar decisiones sobre su desarrollo académico. Y, en consecuencia, poner de manifiesto la importancia de elaborar programas de becas flexibles, que proporcionen un terreno estable que permita a los jóvenes asumir riesgos respecto a sus inversiones de futuro.

Estudiar siempre implica hacer una inversión. La magnitud de esta inversión (tiempo, recursos, dinero) dependerá de diferentes factores, como por ejemplo la duración del itinerario académico, la exigencia de la tipología de estudios o su coste económico. En consecuencia, elegir un itinerario formativo u otro estará condicionado por la capacidad de invertir de cada individuo —o de cada familia—. Estudiar el grado de medicina, por ejemplo, supone una inversión mucho más alta que estudiar un grado superior de Anatomía Patológica y Citodiagnóstico; más horas de estudio, incompatibilidad con un trabajo a jornada completa, itinerario más largo, etc. A cambio, el o la futura médica tendrá una empleabilidad garantizada en su sector, unas mejores condiciones económicas y un mayor reconocimiento social que aquel que haya optado por el grado superior. Cómo afirma la Organización por la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en el informe “Panorama de la Educación 2023”: a más nivel formativo, más posibilidades de obtener salarios por encima de la media y menos posibilidades de estar en el paro.

Además, a la hora de decantarse por este itinerario educativo, el/la joven tendrá que disponer de un determinado capital económico que pueda soportar no tener beneficios o no tenerlos a corto plazo: aquellos quienes necesitan rentabilizar de manera más inmediata su inversión educativa no podrán asumir este coste y es más probable que finalicen sus estudios después de cursar un GM y no lleguen a acceder a un GS o a cursar estudios universitarios. O dentro de la misma universidad, elijan un itinerario académico menos costoso, como nos muestra el estudio publicado por Vía Universitaria: Acceso, condiciones de aprendizaje, expectativas y retornos de los estudios universitarios (2020-2022): En áreas de estudio académicas que pueden ser más costosas como las Ciencias o las Titulaciones Mixtas (tasas más altas, mayor duración o mayor riesgo de repetición) se produce una concentración de hijos e hijas de nativos de nivel socioeconómico alto, con finanzas familiares más capaces de asumir un porcentaje más alto del coste de la trayectoria académica del estudiante.

Otro elemento clave a tener en cuenta es la capacidad de aprovechar la formación que se quiere cursar. Para que un/a joven pueda hacer un uso adecuado de los recursos educativos tiene que contar con unas condiciones sociales, escolares y familiares básicas, que le garanticen suficiente estabilidad para poder dedicarse a su formación académica (Vallvé, 2015). Cuando estas condiciones de educabilidad no están aseguradas, aumenta el riesgo de la inversión, puesto que no podrá destinar exclusivamente sus recursos (tiempos, dedicación, esfuerzo…) a la superación de los estudios. Cómo muestra el informe sobre “Abandono Escolar Prematuro de la Fundación Bofill”, el alumnado que proviene de contextos sociales con más recursos económicos abandonan por debajo el 1%, mientras que los que provienen de entornos más vulnerables lo hace casi con un 20%.

Es aquí donde aparece un elemento más de desigualdad al cual se presta menos atención: la posibilidad —o no— de asumir un fracaso. Es decir, saber que en caso de no conseguirse se puede contar con una opción B (alargar los años de estudio, repetir asignaturas, cambiar de itinerario, de centro…) inevitablemente nos traslada a un escenario mucho más apacible que el que se nos presentaría en caso de no contar con esta opción. Haciendo una rápida evaluación de costes, aquellos que saben que no disponen de una opción B (tienen que garantizar el éxito de la inversión) será más probable que opten por un camino más seguro. Equivocarse, pues, se convierte también en un privilegio.

Por lo expuesto anteriormente se puede afirmar que un programa de becas enfocado a jóvenes en situación de vulnerabilidad económica y social que tenga en cuenta esta premisa y sea más tolerante ante un posible error tendrá un impacto más profundo en la lucha contra las desigualdades sociales y educativas. Cómo afirman Mullainathan y Shafir, “(un programa flexible) posibilita que las oportunidades concedidas a las personas se ajusten al esfuerzo que le dedican y a las circunstancias que afrontan. No elimina la necesidad de trabajar intensamente, más bien permite que este esfuerzo intenso dé mejores resultados a quienes responden al desafío.” (Mullainathan y Shafir, 2016). En definitiva, cuanto más flexible sea una ayuda más riesgos podrá asumir el/la joven, podrá optar a mejores inversiones académicas que finalmente les proyectarán a nuevos y mejores sectores laborales, haciendo posible así (o cuando menos, no impidiendo), romper el círculo de desigualdad del cual provenía.

Alejandro Baños, O. (2022). Via Universitària: Accés, condicions d’aprenentatge, expectatives i retorns dels estudis universitaris (2020-2022)(Resum executiu).

Capsada-Munsech, Q. (2022). Les expectatives formatives i professionals dels i les joves: un abordatge des de l’orientació escolar.

Mullainathan, S., & Shafir, E. (2016). Escasez:¿ por qué tener muy poco significa tanto?. Fondo de Cultura Económica.

OCDE, O. (2023). Panorama de la educación 2023: Indicadores de la OCDE. OECD Publishing.

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